sábado, 21 de agosto de 2010

Un Día Sábado.

Acariciaba su rosada barriga de burbuja.

Estaba en un largo sofá negro, seguía viendo por la inmensa ventana al mundo que pataleaba al revés. Se imaginaba nadando con gracia por entre la multitud de diminutos seres benignos que se paseaban frente a su ventana.
Pero tenía pereza de levantarse y nadar entre ellos, era demasiado ejercicio físico. Definitivamente prefería seguir sentado, arrellanado y bebiendo sorbos de dulce miel, recolectada la noche anterior en su jardín verde, fresco, limpio y fragante. Sin embargo, necesitaba hacer algo, lo sentía en todo su inmaculado ser. Pero el problema era ¿hacer qué?

Dirigió la vista hacia el pequeño refrigerador. La lista de "cosas por hacer el sábado" que pegaba cada fin de semana, estaba más vacía que un desierto. De nuevo fijó su vista en la ventana y pensó que debía hacer algo o el sábado se arruinaría y tendría que anotar en su diario de "Días aburridos" lo aburrido que la había pasado. Y según recordaba, la última vez que había tenido un día aburrido, fue cuando su padre lo visitó de sorpresa, cuando él se disponía a salir al parque para inflar globos y dejarlos volar junto con el viento, mientras les decía adiós, corriendo detrás de ellos. Bueno, así había concebido el plan, hasta que su padre llegó y le expuso en tres largas horas las diferentes formas de cuidar flores rojas, amarillas y azules.
Sacudió su cabecita, queriendo alejar la mala suerte de un día aburrido y finos rayos blancos (como su cabello) salieron despedidos por toda la habitación. Pensaba en opciones para hacer algo mientras seguía acariciando su barriga rosada con sus largos y finos dedos casi infantiles: ¿Organizar su colección de pajarillos? ¿Escribir una carta a su madre contándole de su extremo aburrimiento?¿Dormir? ¿Pensar en cosas para hacer sin decidirse por ninguna? La última opción le pareció divertida y le arrancó unas risas musicales, que explotaron en mil pedazos de colores al contacto con el aire tibio de la mañana.

Pasaban los minutos y no se decidía por alguna actividad especifica. En verdad los sábados eran lindos, porque descansaba de ajetreo de la semana, pero también eran aburridos cuando no tenía algo divertido en su lista de "cosas por hacer el sábado". Pero si seguía pensando mucho, la cabeza le podía doler y terminaría su primer día de descanso en el hospital de la ciudad, rodeado de altos médicos con bata blanca, tapabocas blancos y jeringas en las manos. ¡Jeringas! ¡Médicos de batas blancas! ¡No! Ese sería un sábado de enfermedad y tendría que comprar un nuevo diario para escribir sobre esos días. Pero decidió arriesgarse al dolor de cabeza, todo por salvar su primer día de descanso. Seguían pasando los minutos uno detrás de otro en fila, ordenados según la disposición del Tiempo mismo. Un minuto aquí y otro allá, un dedito en su barriga rosada y otro y después otro y una caricia y un minuto.
Ahora cerraba los ojos para pensar mejor: Un minuto desfilando alegremente, ¿Hacer una lista de sus más recientes alegrías? Otro minuto más y otro más. ¿Ir a la fuente del parque y ver a sus congéneres pasar? Mientras tanto, un minuto más y otro y otro, un dedito en la barriga y una caricia y ¿comer algo?

Entre tantos pensamientos de qué hacer y con los ojos cerrados... El sueño empezó a rodearlo, un par de minutos después se percató de esto y con pereza metió un dedito fino y largo en su rosada barriga de burbuja, lo untó en un poco de miel de la que había tomado hacía poco y tocó su mente, para tener dulces sueños en ese día sábado.

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